Mención Honrosa
La angustia adicional de los inmigrantes en la pandemia
7 de febrero, 2021
Desde que llegaron a Chile han concentrado sus esfuerzos en adaptarse progresivamente a la nueva cultura. Sin embargo, con la repercusión de la contingencia sanitaria, han aumentado las preocupaciones por las familias que dejaron en Perú, República Dominicana y Ecuador. Utilizan la tecnología a su favor para mantenerse cerca.
LOS INMIGRANTES SIGUEN PRESENTES DESDE LA DISTANCIA EN TIEMPOS DE PANDEMIA
Desde que se dieron a conocer los primeros casos de covid-19 en el país, en marzo del año pasado, la comunidad ha adoptado una nueva modalidad de vida con distancia, sin abrazos y anhelados reencuentros, como parte de los resguardos para evitar contagiar a sus seres queridos.
Si bien el escenario ha estado marcado por la incertidumbre, los migrantes han visto afianzada esta sensación a miles de kilómetros de sus lugares de origen. Con el propósito de sobrellevar este complejo momento, han acudido a las redes de apoyo que construyeron en su nación de acogida.
Además, han tratado de mantenerse presentes a través de videollamadas o redes sociales, una dinámica que es costumbre en su día a día. De esta forma, han conocido de cerca las diferentes perspectivas que se viven en medio de la contingencia sanitaria. Para Diana Altamirano, D. Erns André Fils-Aimé y Annabell Salazar la premisa es siempre acompañar a su familia sin importar las circunstancias porque, aunque lejos, nunca están ausentes.
PREOCUPACIÓN
Han transcurrido 5 años desde que Diana Altamirano, de 34 años, llegó a Osorno procedente de Piura, en el noroeste de Perú. Más allá de construir una nueva vida, su impulso para concretar este cambio radical surgió a raíz de una historia de amor que comenzó a construirse en 2012.
En esa ocasión, debido a que forma parte de la iglesia mormona, viajó a La Paz (Bolivia) para servir en una misión de un año y medio, oportunidad que le permitió conocer a su pareja chilena. Una vez culminado este periodo, ambos se reencontraron mediante Facebook, comenzaron a pololear y, finalmente, se casaron.
A partir de allí tuvieron que decidir dónde vivirían y optaron por Osorno, lugar de residencia de su esposo. De esta forma, la técnico en administración de negocios y de microfinanzas comenzó a recopilar sus documentos para trasladar su vida en una maleta en 2015.
«Trabajamos juntos y, cuando pasó esto de la pandemia, yo dejé de hacerlo. Tenemos un taller de mecánica automotriz, en René Soriano, y estaba en la parte administrativa. Ahora con la cuarentena, igual él sigue laborando en terreno tanto dentro como fuera de Osorno con su salvoconducto», explicó Altamirano sobre su realidad actual.
En este contexto también recibió malas noticias procedentes de Perú, ya que en junio de 2020 su papá se enfermó de covid-19 y permaneció internado más de una semana. «Contrajo el virus en el funeral de su mamá, porque llegó familia de Lima, alguien llevó el virus y lo contagió», enfatizó.
Así partió un difícil proceso en el que Altamirano tuvo que estar al tanto de la evolución de su padre desde la distancia. La preocupación fue aún mayor cuando lo hospitalizaron en la Unidad de Cuidados Intensivos de un agregado habilitado en el hospital de su ciudad de origen, ante la falta de camas durante aquellos días.
«Lo más complicado es la impotencia de no poder hacer nada, por lo mismo que estoy lejos. Esto ha sido cubierto con el apoyo de mi familia de acá, por parte de mi esposo, tengo un respaldo emocional, porque son solidarios en ese aspecto. Saben que mis seres queridos están lejos y yo soy la única en Chile», relató.
Aunque había planes de viajar a Perú, en vista de la contingencia sanitaria esperan que todo esté bajo control pronto para que su hija de 4 años tenga la oportunidad de explorar su otra cultura. «Prefiero quedarme así y mantener esta comunicación constante con ellos», enfatizó.
COMUNICACIÓN CONSTANTE
En el caso de D. Erns André Fils-Aimé, de 26 años, la idea de emigrar nació del sueño de buscar calidad de vida y mejores oportunidades. Oriundo de la comuna de Maïssade, en Haití, estuvo un tiempo en República Dominicana, donde estudió informática y nació el plan de viajar a Chile en 2014.
«Siempre quise ir a Brasil por motivos de educación, porque es un país que facilita la educación a los migrantes. Algo que yo tenía a favor es que hablaba español, no portugués y al final mi mamá me convenció de que viniera para acá», comentó André, quien finalmente aterrizó en el país hace 3 años y 8 meses.
Debido a que conocía personas en Osorno, la ciudad se convirtió en el destino ideal para domiciliarse. Esta facilidad le permitió adaptarse progresivamente, conseguir un empleo y unos meses después cambiarse a su cargo actual como inspector en un colegio, respaldando en tareas de traducción.
«Gracias a Dios no me ha costado hablar español, llegué con trabajo, eso es lo más difícil para un migrante. El reto fue el clima, uno está acostumbrado a temperaturas más cálidas y vienes a un lugar muy helado. Pero a lo largo del tiempo te acostumbras», agregó.
Este espíritu de ser un inmigrante es una cualidad compartida con su familia cercana, que reside en República Dominicana. Constantemente lo inspiraban a que concluyera su educación media e hiciera la etapa superior en una universidad del extranjero.
En el transcurso de la pandemia ha mantenido el contacto con sus parientes a través de las redes sociales, así como de herramientas de videollamada. Afortunadamente, ninguno de ellos ha resultado contagiado y su papá, docente de matemáticas y física, ha podido continuar con su rol pese a las adversidades.
Desde su perspectiva «lo que nos favorece es el tiempo. Si fueran dos décadas antes, tendríamos que mandarnos cartas. Hoy en día con la tecnología podemos conversar frecuentemente».
CRECIMIENTO FAMILIAR
La conexión con las localidades de origen, más aún en épocas tan inestables, permanece intacta sin importar la cantidad de años que haya pasado. Así lo considera Annabell Salazar, quien tiene 18 años en territorio chileno, hasta donde llegó con su esposo, dos hijas y se convirtió en el lugar de nacimiento de sus dos nietos, una de 7 y otra de 2.
Salazar y su pareja, José Luis, tomaron la decisión luego que una prima les mencionó que había oportunidades en el área de la salud. En 2003 se sumó a la gran cantidad de ecuatorianos que habían elegido este destino para comenzar una nueva vida.
El plan inicial era que su esposo (dentista) llegara a Santiago, se incorporara a un cargo que le habían ofrecido familiares y, en un lapso de seis meses, pudieran reunirse los cuatro. Sin embargo, el ritmo de vida en la capital resultó agobiante, por lo que José Luis postuló a una plaza en Osorno tres meses después en búsqueda de un ambiente menos convulso.
El matrimonio, oriundo de la provincia de Manabí, y sus dos hijas, pudieron reencontrarse en la zona. En un año lograron independizarse para abrir la Clínica Dental Guzmán y S, que funciona en la actualidad en calle Matta.
Salazar, ingeniera en sistemas, se dedicó a apoyar en tareas administrativas en el recinto y viajaba constantemente a Ecuador para encargarse de una constructora. En enero de 2020 quería hacer una visita de tres meses, entre enero y marzo, y se quedó atrapada hasta octubre a raíz del cierre de fronteras.
«No había forma de venir hasta que, el primer vuelo que pude conseguir, fue en octubre. Eso me llevó a buscar otra fuente de ingresos porque yo tenía que hacer algo, seguí trabajando en la clínica a distancia y aproveché para involucrarme en otros negocios como representante de una marca de productos de cuidado personal y envejecimiento», explicó.
En ese lapso que estuvo en Ecuador contrajo covid-19, con fiebre, escalofríos y dolor de cabeza, sin embargo, ningún miembro de su familia se contagió. En paralelo sí atravesaron otras dificultades, ya que sus hermanos, dedicados al rubro de la construcción, se vieron afectados económicamente por la paralización de obras.
Si bien tiene la fortuna de viajar con frecuencia entre ambas naciones, Annabell enfatiza que «siempre nos hemos mantenido conectados vía online y nuestras conversaciones son a diario y a cada rato por videollamada o texto, es la forma de comunicarnos toda la vida y ahora con la pandemia mucho más».
La ingeniera ha construido su historia en Osorno, donde incluso ha encabezado una agrupación de labor social para brindar atenciones en salud de inmigrantes. Ya no existen planes de regresar, como lo pensó alguna vez, por lo que se dedica a contarle a sus nietos sobre las alegrías infinitas que le han regalado los dos países.
«La nostalgia, la añoranza y la pena no se acaban nunca, pero la postura de vida de ver el vaso lleno es lo que te hace salir adelante. Estoy en un país que me ha abierto las puertas, me permite trabajar, a nosotros nos ha ido muy bien. Lamentablemente no estás en tu tierra, no estás comiendo tu comida, no estás con tu gente ni familia. Aunque se pasa mucho sufrimiento, a la larga estamos vivos, unidos, pensando que mañana será un día mejor con la oportunidad de volvernos a reunir», indicó.